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lunes, 12 de julio de 2010

Maldecirás al sol que alumbra tu desgracia

Era una casa ya tan vieja como el, la puerta que daba al exterior era negra, pequeña, de metal; la barda de la fachada era blanca y con una ventana, pintados los cristales con esmalte blanco, raspado y gastado por el tiempo, por las sombras se adivinaba que la entrecruzaban verticalmente algunos barrotes en su interior.

Esta casa estaba en la esquina de la calle, una vez entrando en ella a la derecha había un cuarto, dividido en dos, en un lado estaba una cocina, del otro una habitación con dos colchones tirados en el suelo con una cobija tendida en cada uno, pues eran camas.
En uno de los rincones también en el suelo había amontonados otros colchones, y sobre la ventana, esa que daba al exterior, había colgadas de algunos clavos, bolsas con ropa.

Por dentro este cuarto estaba pintado de verde pálido y blanco.
En la mañana la luz del sol se filtraba a través de la ventana en un haz que daba diagonalmente hacia uno de los colchones tendidos en el suelo, y sobre el colchón, ahí estaba acostado el anciano; era una habitación sencilla como sencillo era aquel hombre y tan sencillas las ropas que vestía, debían ser ya muy viejas porque pertenecían a una moda muy anterior y mejor sin duda a la mía; su camisa era blanca de una tela que no se definir muy bien y sobre ella tenia una especie de pijama de franela blanca cruzada con rayas finas de colores cafe y azul.

En sus piernas vestia un pantalon gris con dos franjas blancas en los costados; el anciano estaba descalzo y estaba acostado ahí, en su humilde casa, porque estaba enfermo y yo, sentado a su derecha como un perro que se acuesta junto a su amo contemplaba la majestuosa figura de aquel hombre. Tenía su cabello algo corto, que en algún tiempo debió ser muy negro, ahora los cabellos canos le hacían parecer gris.

El cuerpo había envejecido, pero no así sus ojos, conservaban la alegría de su juventud, y hasta podría decir que conoció una felicidad inmensa, así como también el fondo de la desgracia, la pobreza, la desesperación y la soledad, porque sus ojos demostraban alegría, mas no así su mirada demasiado cansada, y mas que triste, atormentada por los recuerdos de aquella juventud, que hubiera tenido que ser dichosa y vivida alegremente, sin embargo el destino no se mostró amable con el, porque en su mirar había un sufrimiento infinito que aún hoy continua, y que continuó hasta el final de sus días.

Recostado en su cama, me mostraba sus manos, toscas, ásperas, agrietadas por el trabajo que fue muy duro y jamás conocieron el descanso. Ahora tiemblan, pero aun se marcan los músculos en los brazos que todavía son muy robustos, no imagino cuán fuertes debieron ser.

Y sus piernas igualmente fuertes que las manos, aún hoy me parecen que los son mucho mas que las mías.
¿Por cuantos lugares habrán caminado? Visitaron lugares remotos, y sus ojos habrán visto cosas que yo no podría si quiera imaginar.

Cuán agradable era su hablar, que me transportaba como si los viera aquellos lugares que visitó, y cuando volteaba su rostro hacia mi, no me veía sino que miraba aquellos lugares que yo nunca podré conocer. Cuando sonreía no mostraba la alegría que debió tener, solo mostraba la desgracia que padeció.

Lo largo y cansado de sus años, me hacían ver mi pobre y desdichada juventud. A pesar de su edad avanzada, sus ojos, sus mejillas sonrosadas y su nariz, le daban un aire infantil y una venerable vejez.

Su pobre y gastado ropaje le daban a aquella figura un aire tan majestuoso como nunca he visto ni veré jamás. Sentado junto a aquel anciano escuchando sus historias que vivió alguna vez, las demás cosas en este mundo me parecieron tan pequeñas, como pequeña es mi figura junto a la de aquel hombre.

1 comentario:

  1. Vaya master yo pense que ya no publicarias tu blog, pero veo que no es asi y me alegro; pues bien estare por aqui dandome unas vueltas para ver que hay de interesante y haber cuando me invitas a participar.

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